Le decimos el Diego. Como si lo conociéramos. Ni lo vimos jugar. Ni somos argentinos. Ni siquiera imitamos bien el acento argentino. A nosotros ningún inglés envalentonado nos robó las Malvinas y aún así: el Diego.
El Diego, a pesar de que en el 86 no éramos ni proyecto. El Diego, sin haberlo visto gambetear. El Diego, sin apenas haberlo oído hablar, porque durante años nos escondieron su voz entre el mugido ridículo de esos videos que nos llegaban al WhatsApp.
El Diego, a pesar de todo lo malo que nos contaron las mamás. Esa mueca abominable que en el 94 les hizo repensar lo de traer más hijos al mundo. El Diego con sus vicios, el Diego y la falopa, el Diego y Chávez, el Diego y esa antigua moraleja del talento desperdiciado. De una vida desperdiciada.
El Diego y todo lo que no debíamos ser, lo que no podíamos perder, lo feo, lo impuro, todo lo oscuro… y a pesar de ello, una y otra vez: el Diego.
El Diego, a pesar de ser cuento viejo. Una imagen borrosa. Un video pixelado. El triste payaso de circo en el que lo convirtieron. El Diego, a pesar de lo que nos burlamos, de lo que gozamos, de la hipocresía con la que lo juzgamos.
El Diego, ese apodo cariñoso y cercano. Como si fuera un amigo, pero sin serlo, sin poder serlo. Porque nos lo habían advertido con tono burlón y pensarlo nunca nos estremeció verdaderamente. Así fuimos siempre, nos apropiamos de él sin pedirle permiso, le chupamos todo lo lindo y nos burlamos de todo lo feo, sin siquiera darle las gracias.
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El Diego, le decimos. Como si fuera nuestro, una sutileza para demostrarle algo. Una cortesía descarada. Algo que no podemos poner en palabras. Algo oculto, un agradecimiento quizá, que anidó en nosotros desde el día en que nos enamoramos de un balón. Algo que hoy nos recorre el cuerpo y se nos escapa, una emoción que no entendemos. Una idea abstracta que nos invade el pensamiento.
Un suspiro contenido. Una lágrima solitaria. Un puchero apretado. El nudo en la garganta. Ese vació horrendo en el estómago.
No sabemos bien por qué, pero al Diego siempre lo hemos querido y para siempre vamos a quererlo.
Bueno, pues hoy se murió y aunque no se murió el fútbol, sí una parte de él.
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